En relación con el tema de la naturaleza empática de los seres humanos ha recogido varias veces la unánime opinión de que solo podremos sobrevivir si ampliamos nuestra empatía hasta incluir a todos los seres humanos. A ese respecto, recordé a Charles Darwin, indiqué el papel que la empatía había jugado en la historia de la humanidad y lamenté el retroceso que, en la actualidad, está experimentando el proceso de humanización.
Después de un breve paréntesis, dedicado, en gran parte, a los "modelos" sociológicos de "elección racional" y de "elección pública", (este último liderado por Elinor Ostrom) retomé el tema de la empatía mencionando la existencia de un impresionante cuerpo de pruebas que, por una parte, revelan que los seres humanos somos empáticos por naturaleza y, por otra, que nuestra empatía precede a la evolución de la cultura. Esta último significa que la cultura puede obstaculizar que florezca nuestra característica de seres empáticos.
El conocimiento de que la empatía preceda al lenguaje y la cultura, me llevó al análisis de algunas de las características propias de la cultura occidental y a señalar la insatisfacción, infelicidad, a que conduce una cultura que ignora un aspecto importante de nuestra naturaleza humana, la empatía.
Como, según los expertos, la cultura no es inmune a los cambios, llegué a la conclusión -otros habían llegado antes que yo- que son necesarios cambios en nuestra cultura y mencioné el propósito de algunas personas llevar a cabo esas modificaciones a través de la realización de algunos cambios institucionales.
Ahora, para completar todo lo anterior, me parece importante presentar algunas notas extraídas de un artículo, De las neuronas espejo a la neuropolítica moral (Gary Olson, Polis, vol. 7, nº 20, 2008, págs. 313-334), que se puede consultar en http://pildoras-para-pensar.blogspot.com/2012/02/cambios-institucionales.html.
En este artículo, Gary Olson intenta explicar por qué, después de que nuestra comprensión de la empatía ha aumentado dramáticamente en apenas una década, no hemos sido capaces de producir un mundo más pacífico y seguimos en un mundo colmado de violencia abierta y estructural. Llega a la conclusión de que desde pequeños se nos educa y entretiene para evitar que nos enteremos, o que entendamos, el dolor de los demás. La exposición a determinadas nuevas verdades acerca de la empatía (pruebas incuestionables de nuestra naturaleza moral innata) supone una amenaza directa a los intereses de las élites.
No hay ningún fantasma en la máquina, pero la maquinaria capitalista intenta mantener a la gente a raya con un fantasma ideológico, la noción de una identidad construida sobre los valores de mercado. Pero, dice Olson, igual que Pinker: "... si nadie se viera a sí mismo como el capitalismo necesita que se vea, la propia dignidad de cada persona evitaría que el sistema los explotara y manipulara.
Seguiré hablando de la forma cómo la cultura capitalista bloquea de forma intencionada cualquier cosa que ella considera un ataque al sistema.
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