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sábado, 30 de noviembre de 2024

Educación participativa

      El valor de la educación participativa se apreció por primera vez en la década de 1950, en el curso de una investigación  realizada por Abercrombie en el University Hospital de Londres. El  doctor Abercrombie observó que cuando los estudiantes de medicina trabajaban de forma participativa en grupos pequeños para diagnosticas a sus pacientes, eran capaces de evaluar más rápidamente y con mayor grado de certeza que cuando realizaban los diagnósticos en solitario. El conecto de colaboración daba a los estudiantes la oportunidad de retar las asunciones de demás, tomar las ideas y reflexiones ajenas como punto de partida y llegar a un consenso negociado relativo a la situación del paciente.

     En años sucesivos, comenzaron a filtrarse en la comunidad académica pruebas de carácter anecdótico de la superioridad del aprendizaje basado en la colaboración. Uri Treisman, un matemático de campus de Berkeley en la Universidad de California observó, asombrado, que sus estudiantes asiático-americamos tendían a obtener mejores resultados que sus estudiantes afroamericanos e hispanos. Para comprender el porque, Treisman realizó en seguimiento de lastres grupos de estudiantes en el campus, para saber si había algo en su socialización que pudiera explicar la diferencia. Descubrió que los estudiantes asiáticos-americanos iban siempre en grupo, comían juntos y se relacionaban entre sí, y constantemente hablaban de sus tareas de clase, probando hipótesis, cuestionando las ideas de los demás,  compartiendo puntos de vista y negociando una comprensión y un consenso colectivo sobre cómo enfocar sus tareas.  Por el contrario, los estudiantes afroamericanos e hispanos eran más propensos a caminar solos y menos dados a hablar entre sí de sus tareas escolares.

     Para comprobar si éste era el factor  clave que explicaba la diferencia en los niveles de rendimiento en el aula, Treisman congregó a los estudiantes afroamericanos e hispanos, asignó a cada grupo un lugar de estudio y los ayudó a aprender a trabajar de forma colectiva y participativa. Los resultados fueron impresionantes: muchos de sus estudiantes, que alumnos necesitados de refuerzo terminaron siendo estudiantes de notable o sobresaliente. (Fuente: Jeremy Rifkin, La civilización empática. La carrera hacia una conciencia global en un mundo en crisis  - 2010, Paidos)

     Por mi parte, en una ocasión, siendo directora de un Instituto de Enseñanza Media,  formé grupos de tres estudiantes y a cada grupo entregue un libro distinto del habitual. Cuando terminó el curso, se demostró que sabían más que algunos profesores.

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