Si todos somos habitantes del mismo planeta, no parece aceptable sentirse miembro de lo que se llama una nación. La soberanía nacional permite a cualquier presidente de una nación desobedecer cualquier acuerdo firmado por un presidente anterior. Así no se puede hacer frente a ningún problema global. En opinión del historiador, José Álvarez Junco, Premio Nacional de Ensayo 2002, expuesta en su libro Dioses útiles (2016), las naciones son dioses útiles para los políticos, y solo existen en la medida en que se lo crean los ciudadanos, por otra parte fáciles de convencer, porque la nación da una identidad, dice quien eres y favorece la autoestima. La división en naciones es el origen de casi todas las guerras.
El escritor y poeta José Luis Borges (1899-1986) señaló que el nacionalismo "es el canalla principal de todos los males. Divide a la gente, destruye el lado bueno de la naturaliza humana y conduce a la desigualdad en la distribución de la distribución de las riquezas".
La realidad es que todos pertenecemos a la especie humana. Según el artículo 1 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, "Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros".
Jeffrey Sachs, (1954--) una de las principales autoridades mundiales en economía y política sanitaria, indica en su libro Economía para un planeta abarrotado (2008: 17): "[En el siglo XXI] los desafíos del desarrollo sostenible (...) ocuparán el centro de la escena. La cooperación global deberá pasar a un primer plano. La idea misma de que los estados-nación compitan por los mercados, la energía y los recursos quedará anticuada".
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