Lo que voy a escribir hoy es un articulo escrito por Ali Almohammed, un
médico originario de Alepo, Siria, que trabaja actualmente como
coordinador médico de Médicos Sin Fronteras en Líbano y publicado en El País.Planeta Futuro el 4 de noviembre de 2024
Beirut es una ciudad que alberga muchos recuerdos de mi vida personal. Entre 2019 y 2021, viví y trabajé aquí en múltiples ocasiones, y sus calles y su gente quedaron profundamente entrelazadas con mis vivencias. Ahora, en 2024, esos recuerdos se ven empañados por el sufrimiento de la gente. La Guerra ha trastocado vidas, transformando escuelas en refugios temporales para familias desplazadas. Las aulas, antes llenas de risas, ahora son el refugio de niños y padres que luchan contra el frío y la angustia de la incertidumbre. Los pequeños duermen en el suelo, preguntándose por qué no pueden volver a casa, mientras sus padres temen el siguiente ataque aéreo y las consecuencias desconocidas que traerá.
Cada día visito estos refugios, ofreciendo la ayuda que está a nuestro alcance. Sin embargo, las personas con las que me encuentro comparten una súplica común: no solo necesitan asistencia, anhelan recuperar una vida en paz. Sueñan con un hogar seguro para sus hijos, lejos del miedo constante que oscurece sus días. A pesar de nuestros esfuerzos, el verdadero alivio no se encuentra en la ayuda temporal, sino en la esperanza de un futuro pacífico. El 28 de septiembre me reuní con un amigo cuya vida se había desmoronado: su esposa y su madre dormían en la calle, sin un lugar a donde ir. Fue un doloroso recordatorio de mi propio viaje desde Siria en 2014, cuando crucé a Turquía en la oscuridad de la noche, buscando desesperadamente un lugar seguro. Pasé meses desplazándome entre diferentes refugios en Turquía y el Kurdistán iraquí, sin saber nunca dónde encontraría cobijo a continuación.
Me hice médico porque creía en la importancia de tratar y salvar vidas. Sin embargo, tras más de 10 años respondiendo a crisis, he presenciado sufrimientos irreparables de formas que jamás imaginé. Con Médicos Sin Fronteras (MSF), he trabajado en numerosos conflictos y emergencias que para la mayoría son solo noticias: Siria, Sudán del Sur, Ucrania, Irak, Etiopía, Sudán y Líbano. Cada país, cada nueva crisis, ha añadido un capítulo a una larga historia de resiliencia en medio de un dolor insoportable. Pero esa capacidad de resistir se está agotando, no solo para aquellos a quienes sirvo, sino también para mí. Estoy cansado, agotado de ser testigo del sufrimiento y de los sistemas que lo perpetúan.
No obstante, en medio de tanta angustia, encuentro razones que me impiden dar la espalda. Incluso cuando el camino se vuelve difícil y la esperanza parece lejana, sé que nuestros esfuerzos humanitarios pueden marcar la diferencia, aportando una pequeña luz en la oscuridad.
Desplazamiento: un compañero constante
Mi viaje de desplazamiento comenzó en Alepo en 2012. Una ciudad que una vez fue mi hogar, donde estudié medicina, amé, forjé relaciones e hice planes para el futuro. Pero la guerra destrozó esos sueños, dispersándome a mí y a millones más, obligándome a cruzar fronteras en busca de un refugio seguro. Incluso ahora, tras todos estos años, me cuesta encontrar las palabras para describir lo que se siente al ser arrancado de todo lo que conoces y amas.
Abandonar Alepo no solo significó perder mi hogar, sino también mi vida tal como la conocía y mi sensación de paz. El desplazamiento constante y la incertidumbre del futuro desgastan poco a poco. No se trata solo del cansancio físico, sino de una carga mental y emocional que te cala hasta los huesos. Cada movimiento está marcado por la obsesión de cuándo ocurrirá la próxima tragedia.
El agotamiento que arrastro también se refleja en los rostros de las personas que conozco. En los campos de Irak, los refugios temporales de Líbano y los hospitales abarrotados de Darfur Sur, veo a personas que no están cansadas, sino rotas. Han sobrevivido a bombas, violencia, brotes, desastres naturales y desplazamientos, y las cicatrices psicológicas los han dejado como sombras de lo que alguna vez fueron.
Una década de práctica humanitaria
Llevo más de una década formando parte del equipo de MSF, acudiendo allí donde más se necesita. Desde tratar la malaria grave en Sudán del Sur hasta atender a supervivientes de violencia sexual en Etiopía y gestionar crisis de desnutrición en Darfur Sur, he entregado todo lo que tengo a este trabajo. Sin embargo, cada misión ha sido un recordatorio de la fragilidad de la vida y de las limitaciones inherentes a la ayuda humanitaria.
Estoy cansado, pero no derrotado
Aunque estoy cansado, no estoy derrotado. A lo largo de mis 10 años con MSF, he sido testigo del impacto duradero que el trabajo humanitario puede tener, incluso cuando parece ser solo una gota en el océano. He visto a personas levantarse, a pesar de las abrumadoras dificultades, y he comprobado cómo la solidaridad, incluso en pequeñas dosis, puede marcar la diferencia.
Mi cansancio no es solo personal; es colectivo. Es el cansancio de todos los trabajadores humanitarios, enfermeras, comadronas y médicos que han estado en primera línea, entregando lo mejor de sí mismos en un mundo que a menudo se siente indiferente. Es el cansancio de un mundo que ha presenciado demasiado sufrimiento y muy pocos cambios.
Lo que espero, por encima de todo, no es solo el fin de mi propia fatiga, sino el cese de la necesidad de que trabajadores humanitarios que, como yo, operen en zonas de guerra. Sueño con un mundo en el que las familias, incluida la mía, no se vean desgarradas por la violencia; donde los niños puedan crecer en paz, y donde médicos como yo puedan dedicarse a curar, no solo a sobrevivir. Sueño con un mundo en el que finalmente pueda estar con mi hijo, rodeado del amor de mi familia y amigos, en un lugar donde la paz ya no sea solo un anhelo.
Sí, estoy cansado. Pero mientras haya trabajo que hacer y vidas que salvar, seguiré adelante. Y me aferro a la esperanza de que un día el mundo deje de estar tan agotado.
Gracias a todas personas que ponen de manifiesto que pertenecen a la especie humana: empática, social y solidaria, a pesar de haber nacido en un sistema económico-social como el actual, que funciona bajo la creencia de que el ser humano es, como he dicho, en más de una ocasión, solo piensa en ganar cada vez más dinero.
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